Siempre nos han dicho que nuestra carga genética es lo que determina cómo somos: nuestro aspecto físico, nuestro carácter e incluso las enfermedades que padecemos. Sin embargo, nuevos estudios demuestran que esto no es en absoluto así. Bruce Lipton, doctor en medicina, investigador en biología celular y profesor en la facultad de Medicina de la Universidad de Wisconsin, ha llevado a cabo estudios pioneros en este campo, el de la llamada epigenética, en la Universidad de Stanford.
La conclusión a la que ha llegado es que: «Podemos cambiar nuestro cuerpo si reeducamos las creencias y percepciones limitadoras de nuestro subconsciente, que son las que determinan sentimientos y comportamientos».
Al contrario de lo que se nos ha dicho hasta ahora, según Lipton, el ADN no es algo inamovible. Está controlado por señales que vienen de fuera de las células. Las células son vida. Captan información y reciben señales de nuestros cinco sentidos, además de mensajes energéticos de nuestros pensamientos.
Somos como vivimos y lo que pensamos, porque nuestras células cambian en función del entorno: un gen puede crear 30.000 variaciones distintas en función del entorno y de cómo respondemos a él. Es nuestro estilo de vida el que hace que la carga genética se exprese o no. No somos víctimas de nuestro ADN, sino víctimas de nuestra manera de vivir y percibir el mundo, lo cual viene determinado por nuestras creencias. Y ahora sabemos que ¡podemos cambiarlas!.

La dificultad para este cambio está en el subconsciente porque es un procesador de información un millón de veces más rápido que la mente consciente y utiliza como referente la información almacenada desde la niñez.
Es por ello que no llegan a buen puerto las decisiones que tomamos de forma consciente pero en las que nuestro subconsciente no cree: si quiero tener éxito económico pero desde pequeño me han inculcado que es muy difícil ganarse la vida, no lo conseguiré por mucho que me esfuerce conscientemente. Así, el camino a seguir es reprogramar las creencias y percepciones que tenemos en el subconsciente del mundo que nos rodea para lograr resultados positivos.
Si creemos que algo puede hacernos daño, terminará siendo así. La química que provocan la alegría y el amor hace que nuestras células crezcan, y la química que provoca el miedo hace que mueran. Los pensamientos positivos son absolutamente necesarios para una vida feliz y saludable.
Existen dos mecanismos de supervivencia: el crecimiento y la protección.
Ambos nunca pueden darse al mismo ejemplo. El crecimiento requiere el libre intercambio de información con el medio, mientras que la protección implica el cierre completo del sistema. Mantenida en el ejemplo, inhibe además la producción de la energía necesaria para la vida. Para prosperar tenemos que buscar activamente estímulos que llenen nuestra vida de alegría y amor y desencadenen procesos de crecimiento.
Es importante huir del estrés. Las hormonas del estrés inhiben los procesos de crecimiento y suprimen por completo la actuación del sistema inmunológico.
Para saber cuáles son las creencias que deberíamos cambiar basta con que observemos nuestra vida. Siempre es fiel el reflejo de nuestras creencias más profundas: lo que nos funciona bien son las cosas que el subconsciente apoya y lo que nos requiere una enorme inversión de energía son los aspectos que nuestro subconsciente no apoya. Debemos deshacernos de los miedos y tratar de evitar inculcar creencias limitadoras en nuestros hijos: los comportamientos, creencias y actitudes que observen en nosotros se grabarán en su cerebro y controlarán su biología el resto de su vida, a menos que se esfuercen en reprogramarlos. Especialmente importantes son las percepciones que forman de los 0 a los 6 años, cuando el cerebro recibe la máxima información en un mínimo ejemplo para entender el entorno.
Publicación basada en una entrevista a Bruce Lipton en La Vanguardia.com el 17/6